¡Pero si son sólo niños!
Esta es la frase que más veces escuchamos los nutricionistas, tanto en consulta como en los comedores de colegios, cada vez que intentamos mejorar la alimentación infantil. Y esa es, en realidad, la razón más poderosa detrás de esos cambios propuestos en su comida: ¡pero si son sólo niños! Y por tanto cualquier desequilibrio en su alimentación, cualquier deficiencia de nutrientes o exceso de alimentos perjudiciales va a afectarle infinitamente más que a nosotros, los adultos.
Con un 40% de niños con sobrepeso en nuestro país, creo que ya no ha lugar a la frase con la que empieza este post. Ya no podemos seguir mirando hacia otro lado, ni los padres ni la restauración colectiva encargada de los menús de los colegios. Si la alimentación infantil comienza con unos hábitos inadecuados en nuestros hijos cuando son pequeños, van a arrastrarlos el resto de su vida, consiguiendo así perpetuar las enfermedades que llevan aquejando a occidente las últimas décadas: diabetes, obesidad, problemas cardiovasculares y cáncer, entre otros.
Cuando nuestro hij@ se queja de las matemáticas porque no le gustan, a ninguno de nosotros se nos ocurriría decir, “¡Ay pobre, es sólo un niño! voy a sacarlo de la clase de mates y que juegue un rato, que le gusta más”. ¿Por qué entonces lo hacemos con la alimentación infantil, cuando es el acto más importante en la vida del ser humano en su etapa de crecimiento?
Cada porción de lo que introducimos en su boca va a convertirse en parte de ellos mismos: de su cerebro, de sus pupilas, de sus huesos, de su corazón… Es la época más determinante de sus vidas porque están creando todas las estructuras. Y darles alimentos poco recomendables equivale a utilizar malos materiales para los cimientos de una casa.
De hecho, esto lo tenemos meridianamente claro cuando salimos del hospital con nuestro bebé en brazos. Su comida pasa a ser nuestra prioridad. Y si no toma su papilla con su ración de verdura, carne, pescado y frutas al día nos preocupamos y tratamos de solucionarlo. Reinventamos dicha papilla, hacemos la hora de la comida divertida para estimularle y tenemos paciencia y constancia porque sabemos lo importante que es cada toma a esa edad.
La infancia de los niños va a ser determinante en su desarrollo y salud presente y futura. Pero lo va a ser también en su rendimiento escolar también, pues el menú que le proporcionemos va a ser también el menú de sus neuronas, la alimentación infantil va mucho más allá de sus estómagos. Y poco hablamos de la relación que hay entre la alimentación y el fracaso escolar.
Sin duda dicho fracaso escolar es multi-factorial, como todo en la vida, pero nos estamos dejando fuera una de las principales variables que influyen en este problema. Pongamos por ejemplo cómo pasa el niñ@ la mañana en el colegio. Su desayuno consiste, en la mayoría de las ocasiones, en un lácteo azucarado (leche con algún cacao instantáneo o yogur con azúcar) y galletas, magdalenas o similar. En el mejor de los casos desayuna tostadas de pan blanco.
Niños inquietos que no prestan atención: consecuencias de un desayuno cargado de azúcares
Sabemos que el azúcar y los refinados provocan una subida excesiva de glucosa en nuestra sangre, dañando nuestros vasos sanguíneos y obligando a nuestro páncreas a secretar una cantidad muy alta de insulina, que tampoco conviene a nuestro organismo.
Sabemos también que lo que rápido sube, rápido baja, y así le sucede a nuestra glucosa: al poco tiempo de semejante subida, cae en picado llevándose nuestra energía, nuestra concentración, nuestro buen humor y nuestra capacidad de atención, dificultando el proceso de aprendizaje y retención.
Así, a la media hora de empezar la clase, nuestros hij@s están en plena bajada de glucosa, incapaces de prestar atención en clase y con tendencia a un comportamiento inquieto, fruto del mal humor que sienten.
Salen al recreo a media mañana y… ¿Qué llevan para almorzar? Alguna pieza de bollería industrial, un mini brick de zumo de “frutas” o un bocadillo de pan blanco. Corren arriba y abajo, llenos de energía rápida y para cuando regresan al aula vuelven a encontrarse faltos de energía y motivación para seguir la clase.
¿Y para merendar? Repetimos los mismos errores: bollería industrial, alimentos ultraprocesador, zumos o lácteos azucarados… Te dejamos aquí el enlace a un descargable de recetas saludables para merendar.
Y, por si fuera poco, esta situación sostenida en el tiempo, sienta las bases de la diabetes tipo II. Hace una década esta diabetes sólo la detectábamos en personas mayores de 40 años, fruto de los malos hábitos alimenticios de toda una vida. Hoy la vemos ya en adolescentes e incluso en niñ@s.
Enseñar a nuestros peques a comer es una de las partes más importante de su educación y depende de todos nosotros, padres, educadores y cocinas escolares que lleguen a tener un desarrollo pleno y un futuro saludable que les permita desplegar todo su potencial.
¿Nos lo replanteamos?
Para aquellos de vosotros que sigáis pensando “¡pero si son sólo niños!”, os dejo las siguientes preguntas:
¿Era nuestra dieta tan alta en azúcares como lo es la de nuestros hijos?
¿Era nuestra infancia lo sedentaria que es la de ellos?
¿Celebrábamos tantos cumples y con tanta comida poco recomendable?
¿Comíamos tantos procesados como ellos?
¿Bebíamos tantos refrescos azucarados y zumos industriales?
Os invito a reflexionar sobre estas cuestiones y sobre la alimentación que ofrecemos a nuestros niños y niñas. Si este post sirve para que al menos una familia se replantee la forma de alimentación de sus hijos y la suya propia, entonces será todo un éxito. Porque empezar a comer saludable arranca con un primer paso: replantearse las cosas. A partir de ahí, todo es en positivo.